Youth soccer coach Ernie Alvarez sits on a bench in Douglass Park
Ernie Alvarez Credit: Kelly Garcia

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En una tarde húmeda de verano en el patio de recreo cerca de la 19 y California, Ernie Alvarez, de 67 años, se sentó tranquilamente bajo las llamas del sol. El veterano entrenador de fútbol juvenil recordó su amado barrio de  La Villita, el vecindario al que ha llamado hogar durante más de medio siglo. Sus tiernos ojos se fijaban en el campo de fútbol dañado frente a él. 

Junto a Álvarez estaba su bicicleta verde azulado. Su chaleco de seguridad de naranja néon colgaba sobre sus hombros. De vez en cuando se limpiaba las gotas de sudor de la frente con una servilleta. Mientras hablábamos, vi como su mirada volvió a sus días de juventud en Douglass Park. 

Álvarez nació en un pequeño pueblo rural de Texas en 1955. Cuando tenía 10 años, sus padres, como muchos otros inmigrantes mexicanos a mediados de la década de 1960, decidieron mudarse a Chicago en busca de trabajo. Se establecieron en lo que entonces se conocía como South Lawndale. 

En ese momento, la población de South Lawndale estaba compuesta principalmente por inmigrantes checos y polacos que trabajaban en las grandes fábricas industriales. Poco a poco, la creciente población mexicana, forzada a abandonar su vecindario en Pilsen debido a los planes del Alcalde Richard J. Daley para expandir el campus de la Universidad de Illinois en Chicago (UIC), comenzó a mudarse a South Lawndale.

Mientras tanto, al otro lado de las vías férreas que separan los dos vecindarios, los residentes Afromericanos en North Lawndale estaban reemplazando a la población judía. En ese entonces, North Lawndale era uno de los pocos vecindarios en la ciudad en los que se permitía a  los Afromericanos comprar casas, a través de contratos explotativos. El barrio sufrió un colapso financiero, cuyos efectos aún existen. 

Los residentes europeos de South Lawndale le cambiaron el nombre a La Villita porque no querían ser asociados con la creciente comunidad Afromericana de al lado. 

Para Álvarez, crecer en medio de tanta volatilidad fue un choque cultural. Con frecuencia se metía en peleas en su nueva escuela. Después de dos días, negó regresar a la escuela, así que sus padres lo colocaron en una escuela católica. Con tiempo hizo algunos amigos y comenzó a jugar en una liga de béisbol mexicana en Douglass Park. Recuerda claramente el nombre del equipo en el que jugaba: los Chicanos.  

Una vez cada pocas semanas, los equipos se reunían en el campo de béisbol de Douglass Park para jugar (el diamante de béisbol ya no está allí). Otras semanas iban al norte, al Parque Humboldt, o al Parque Piotrowski. El recuerdo favorito de Álvarez fue jugar contra un niño puertorriqueño y alto que fue enviado por otro grupo de niños para golpearlo. 

“Pero le terminé gustando y nos hicimos amigos”, se rió. 

Álvarez tiene muchos buenos recuerdos del parque, pero también recuerda algunos momentos difíciles. Durante su juventud, la tensión racial era alta entre los mexicanos de La Villita y los Afromericanos de North Lawndale. Con tiempo, Douglass Park, que se divide uniformemente por la avenida Ogden, se convirtió en el frente de batalla de una guerra territorial entre las pandillas. Parte de esa tensión aún persiste hoy.

“Había mucho de eso cuando era más joven”, dijo Álvarez, puntando a la cinta roja de policía que bloqueaba una parte de los patios del parque. Apenas unas horas antes, cerca del patio de recreo, un joven fue baleado mientras esperaba en su carro a que su madre terminara su cita con el médico. La razón detrás del asesianto aún no ha sido aclarada. 

En el 2001, Alvarez aceptó una compra de su trabajo en una empresa de administración donde trabajaba como auditor interno. Llevo un tiempo sin trabajo y luego decidió ser un instructor de inglés para padres. Ahí fue donde se enteró de una oportunidad de ser entrenador de fútbol juvenil. 

“La persona que contrataron inicialmente no podía aguantar a los niños”, recordó Álvarez. “Entonces me pidieron que lo hiciera y dije que solo lo haría por una temporada”. 

Álvarez no sabía en qué se metía. El recuerda cuando entrenó a su primer grupo de alumnos de quinto grado y se dió  cuenta que los niños no sabían leer. Entonces, juró enseñarles. El trato era que si los niños practicaban escribir algo cada semana, Alvarez los llevaría a jugar fútbol en Douglass Park los viernes. 

Con el tiempo, sus niveles de lectura mejoraron. Alvarez comenzó a desafiar a sus alumnos a que sean más creativos con sus escrituras y pronto comenzaron a participar en concursos de poesía. El primer año fue duro: ninguno de sus alumnos volvió con trofeos. Se sorprendió al escuchar que los niños se referían a sí mismos como un “grupo de perdedores de La Villita”.

Decidió regresar al año siguiente, y al año siguiente. 

Dieciséis años después, Álvarez sigue siendo el entrenador de fútbol juvenil. A través de una amplia sonrisa, presume de los siete jóvenes poetas que han ganado el concurso nacional de poesía. Ha sido mentor de cientos de alumnos, incluyendo de los hijos de los niños que ayudó años antes. Algunos incluso han regresado para enseñar junto a él. 

“Estoy tan orgulloso de ellos”, dijo Alvarez mientras se secaba las lágrimas de las mejillas. “Ellos son los que me han ayudado a ser una persona centrada y sensata. Me dieron un propósito. Tengo que cumplir mi promesa con ellos”. 

Sin culpa de Álvarez, mantener esa promesa es cada vez más difícil de hacer. Al otro lado del patio de recreo, el campo de fútbol en Douglass Park está atravesado por huellas de llantas fangosas y lleno de parches calvas y secas. La condición dañada del campo significa que los jugadores son propensos a torcerse los tobillos, al tropezar con los parches secos o sufrir abrasiones. 

El campo de fútbol en Douglass Park está atravesado por huellas de llantas fangosas y lleno de parches calvas y secas. | Kelly Garcia

Ha pasado una semana desde que se llevó a cabo el primer festival de música del verano y es solo cuestión de días antes de que los equipos comiencen a prepararse para el próximo. A finales de mayo, Álvarez tenía claro que sus jóvenes futbolistas no podrían usar el parque este verano. 

Ahora están obligados a jugar en ChiTown, un centro deportivo privado en Pilsen. Álvarez ayuda a cubrir los gastos de la inscripción para el programa siempre y cuando  sus estudiantes sigan escribiendo. Los niños, dice Alvarez, están felices de tener un lugar para jugar en el verano. 

Durante su tiempo libre, Álvarez se mantiene al tanto de las acciones que se llevan a cabo para salvar Douglass Park. En 2015, cuando comenzó el primer festival de música, Riot Fest, Álvarez no dudó en expresar sus preocupaciones. Su jefe lo conectó con un grupo de residentes que comenzaron a organizarse contra el festival. 

Desde entonces, ha sido uno de los muchos miembros de Ciudadanos Preocupados del festival Riot Fest en Douglass Park. El propósito original del grupo era luchar contra un festival de música de verano que se instalaba en su vecindario y ahora, siete años después, el parque es el sitio de tres festivales. Los organizadores sostienen que además del daño que los festivales de música causan al parque, el dinero que ganan con la venta de boletos (y, supuestamente, lugares de estacionamiento) no vuelve a las manos de la comunidad. En cambio, se queda en el bolsillo de los concejales. 

Álvarez participa en las reuniones comunitarias cuando puede. Él cree que un cambio llegará pronto. En mayo, el concejal Michael Scott de North Lawndale renunció de repente de su cargo (solo para ser reemplazado por su hermana). El concejal George Cárdenas, quien representa a La Villita, recientemente ganó la carrera en las elecciones primarias para la Junta de Revisión del Condado de Cook. Por primera vez en más de dos décadas, los vecindarios que rodean Douglass Park elegirán nuevos miembros del consejo para representar sus intereses. 

Aunque está enojado por el daño causado al parque y la falta de atención de los funcionarios de la ciudad, Álvarez tiene esperanza de que sus jóvenes futbolistas puedan volver a jugar en Douglass Park. 

“No va a suceder  de la noche a la mañana,” dijo Alvarez. “No va ser fácil, pero vamos a necesitar a todos.”